Lo más gracioso es que la primera vez que entré y me redirigieron al nuevo diseño de facebook, pensé que era espantoso, incómodo, estúpido.
La veces que cambié de celular me pasó lo mismo. Miraba el aparato y las teclas con el ceño fruncido, deseando como nunca a mi viejo celular. También pensaba que JAMAS iba a poder acostumbrarme a usarlo, a navegar el directorio, mandar mensajitos ni nada. Claro que siempre a los 3 o 4 días ya no me acordaba como se encontraba el directorio en el teléfono anterior, y me parecía mucho más cómodo el nuevo.
En el trabajo me pasó cuando cambió el logo de Intel corp, del que tenía la "e" caída al nuevo con el círculo envolvente. Cuando ví el nuevo no me gustó nada y ahora miro el viejo y pienso que es feo y viejo.
Lo más llamativo, creo, es que cuando uno se acostumbra a algo nuevo ya no puede mantener la vieja costumbre. Es como si hubiese espacio sólo para una forma de hacer las cosas, y lo nuevo desplaza a lo anterior de raíz.
Con la tecnología pasa esto todo el tiempo, por el impacto social y los cambios que produce en la forma en que la gente vive, trabaja, se relaciona con los otros y demás.
Algo me queda rebotando entre neurona y neurona (abstener de chistes básicos y machistas por favor) y es... hasta que punto podemos realmente cuestionar a nuestras costumbres una vez que ya las hemos adoptado?
Es posible ser realmente crítico, o siempre terminamos defendiéndolas con el afán de aferrarnos a algo seguro?
Qué forma de empezar el lunes... pero no puedo evitarlo.
Dejo una cita alusiva:
«Cada cual considera bárbaro lo que no pertenece a sus costumbres. Ciertamente parece que no tenemos más punto de vista sobre la verdad y la razón que el modelo y la idea de las opiniones y usos del país en el que estamos. Allí está siempre la religión perfecta, el gobierno perfecto, la práctica perfecta y acabada de todo».
Del ensayo «De los caníbales» (I, 31) Montaigne
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